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CUENTO CON MI VOZ (vol. 1)

 

CUENTO CON MI VOZ (vol. 1)

Cuentos originales 

escritos y leídos por estudiantes de 2º de Máster.


La bella simplicidad

por Natalia Czarnecka

Escúchalo AQUÍ

Dicen —los que aún lo recuerdan— que hubo una vez un hombre pobre en todo, excepto en su forma de mirar. Vivía junto a un río que no llevaba oro, ni peces, ni secretos, pero él lo miraba cada mañana como si fuera el primer milagro del mundo.

Una tarde, un viajero cansado le pidió pan y sombra. El hombre le ofreció ambas cosas sin cobrarle nada. Comieron en silencio, observando el agua que no cambiaba. El forastero, curioso, preguntó por qué aquel lugar tranquilo, sin riquezas ni fama, parecía ser suficiente para él.

El hombre respondió sin apuro: “Aquí los días no me persiguen. Las cosas llegan cuando deben; y cuando no llegan, tampoco me faltan.”

El viajero se marchó desconcertado y, un tiempo después, tras recorrer ciudades, contar monedas y besar mujeres bellas, recordó aquel río mudo y aquella paz sin nombre que nunca había encontrado en ningún mapa.

Murió viejo y sabio. Pero, al cerrar los ojos, no vio coronas, ni torres, ni retratos. Solo el brillo lento del agua y la risa callada de un hombre que, sin haber querido nada, lo tuvo todo.


La huida de las hogueras

por Hania Gańska

Escúchalo AQUÍ

En el año de la estrella, una mujer llamada Parte llegó a una aldea con sus dos hijas. Había huido de su propio poblado para evitar ser quemada en la hoguera, ya que se dedicaba a la herboristería y a la medicina natural, prácticas que no siempre eran aceptadas por todos.

Con el deseo de proteger a sus hijas, se estableció en un nuevo lugar y rápidamente se ganó la confianza de los habitantes. Parte no aceptaba pagos en efectivo por su ayuda y los tratamientos que ofrecía; creía que su don era para compartir y ayudar, no para enriquecerse.

Su labor fue especialmente apreciada por las mujeres, a quienes asistía en partos y abortos espontáneos. También curaba otras dolencias y atendía a muchas personas mayores. La noticia sobre la nueva herborista se difundió rápidamente por la comunidad.

Sin embargo, Parte no fue bien recibida por el jefe local, un hombre que consideraba aquel oficio una forma de chamanismo, mal de ojo y una amenaza para la ciudad. Advertía a todos contra ella y trataba de perjudicarla.

La gota que colmó el vaso fueron los acontecimientos de un verano caluroso, cuando la ciudad fue azotada por una epidemia y diversas enfermedades. Muchas personas murieron, y ni siquiera los esfuerzos de Parte pudieron salvarlas. Una de las víctimas fue la hija del alcalde, quien echaba la culpa de toda la desgracia a Parte, viéndola como un castigo de los dioses. Marcado por el dolor y el odio, el hombre inició una cruzada contra Parte y todos aquellos que practicaban la herboristería o la magia. Empezaron numerosas protestas en la aldea; la ciudad se manchó de sangre, violencia, hogueras, fuego y miseria. Aun así, las ejecuciones públicas atraían a la gente de otras aldeas, quienes las veían como una forma de entretenimiento.

La muerte de Parte, quemada en la hoguera sobre la colina más alta, se convirtió en un espectáculo público... pero no para sus dos hijas. Las jóvenes querían proteger el buen nombre de su madre, por lo que se instruyeron con sus apuntes y libros para continuar su labor. Movidas por la rabia y el sentimiento de injusticia, fueron más allá: recurrieron a los libros de magia negra.

Planearon envenenar al alcalde con una flor mágica que, al ser ingerida, lo condenó a un insomnio eterno. Cada vez que se acostaba y cerraba los ojos, veía llamas y hogueras por toda la ciudad. Se volvió loco y comenzó a vagar sin rumbo por las calles, mientras las hijas de Parte lo observaban desde la colina donde su madre había muerto.

Una noche, lo esperaron hasta el amanecer y lo confrontaron con estas palabras:

—El sol no brilla igual para todos... pero para ti no volverá a brillar jamás.

En ese instante, un rayo de sol atravesó el cielo y lo alcanzó, dejándolo ciego para siempre.


Una voz conocida

por Oliwia Górska

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En un reino sin nombre, dos hombres crecieron bajo cielos distintos: uno entre dunas que hablaban con el viento, otro entre montañas donde las rocas guardaban secretos antiguos. Nunca se habían visto, pero soñaban lo mismo.

El primero aprendió a leer el silencio de las estrellas; el segundo, a escuchar la voz del río. Un día, guiados por señales que no conocían, hicieron un viaje que los llevó al mismo claro de un bosque, en el instante exacto en que el sol se detenía sobre las hojas.

No se preguntaron nombres ni razones. Compartieron pan sin contar las migas, compartieron historias sin medir el tiempo. Uno enseñó a domar la arena; el otro, a descifrar el eco de los riscos.

Cuando el invierno llegó, el del desierto supo tejer un abrigo con ramas, y el del norte encendió fuego con piedras. Vivieron así, como si llevaran siglos juntos.

Un día, sin aviso, el del río partió. El del desierto, solo, no volvió a hablar con nadie. Pero cada noche, cuando el viento cambiaba de dirección, sonreía como quien oye una voz conocida.


La cabaña que respira

por Natalia Marszałkowska

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   Dolores y Lorenzo eligieron Bali para su luna de miel. Querían dejar atrás Roma, el trabajo y el estrés de la vida cotidiana. Eligieron y reservaron una cabaña muy bonita en Bali, en medio de la selva. Las vistas eran impresionante, porque la cabaña estaba rodeada de palmeras y flores. Además, estaba ubicada a varios kilómetros del pueblo más cercano. El silencio era profundo y perfecto para enamorados que buscaban tranquilidad e intimidad. Las primeras noches en Bali fueron mágicas y para Dolores y su marido todo parecía un sueño.

   Hasta la tercera noche, cuando Dolores se despertó por el frío que sentía. Lorenzo dormía profundamente. La mujer se asustó porque había escuchado lentos pasos sobre las hojas secas. Pensó que sería un animal, pero de repente la vela que habían dejado encendida se apagó. Dolores miró hacia el espejo del armario. El reflejo mostraba la habitación tal cual, excepto por un detalle. En el reflejo, Lorenzo, aún dormido a su lado, tenía los ojos abiertos. Como si mirara directo hacia ella. Dolores parpadeó y el reflejo volvió a la normalidad. Al día siguiente, intentaron actuar con normalidad. Fueron al mercado local, comieron frutas frescas, rieron como si nada. Pero, al volver, la cabaña se sentía diferente, casi como si alguien más viviera en ella. Las puertas se abrían solas. Ruidos suaves venían desde las paredes. Al atardecer, ambos vieron, desde la ventana, la figura de una mujer corriendo entre los árboles. Pero cuando salieron a buscarla, no había nadie. La pareja decidió regresar a Roma lo antes posible. La última noche, Dolores encontró una pequeña caja bajo la cama. Dentro había cartas escritas a mano y fotos antiguas: una mujer sola, sentada en la misma silla que Laura solía usar para leer. En la última carta, una sola frase: “No estáis solos aquí”. Llegó la madrugada y un niño tocó a la puerta de la cabaña. Lorenzo abrió la puerta y el niño gritó con una voz extraña: “Ese lugar elige a quién deja ir”, y salió corriendo.

   La pareja regresó a su casa en Roma. La primera semana fue tranquila, aunque Dolores notó que los espejos empañados al amanecer tenían huellas pequeñas, como de una mano de niño. Pero los enamorados no tenían niños. Además, Lorenzo hablaba dormido en un idioma extraño. A veces, se quedaba mirando fijo un punto de la pared durante unos minutos, sin darse cuenta. Un día, Dolores encontró debajo de su cama una tarjeta postal de Bali. En el reverso, con la misma caligrafía que en las cartas antiguas, estaba escrito: "Nunca os dejaré".


Fírnen y la princesa

por Zosia Sulżyńska

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En lo alto de las Montañas Grises vivía la princesa Ailén, prometida al príncipe de un reino vecino al que jamás había visto. Su corazón, sin embargo, latía por otro: por un dragón herido al que había rescatado en secreto cuando era niña. Lo había llamado Fírnen y, con los años, fue creciendo no solo su tamaño, sino también el vínculo entre ambos. Mientras el castillo se preparaba para celebrar la inminente boda, Ailén escapaba cada noche a la cueva donde Fírnen la esperaba, sus escamas brillando como estrellas.

“No podemos seguir así”, murmuró ella una noche con lágrimas en los ojos. “Mañana seré de otro.”

Fírnen bajó la cabeza. Entonces, sin palabras, le ofreció su ala. Al amanecer, el trono estaba vacío, la corona solitaria sobre la almohada. Los soldados buscaron durante días, pero sólo encontraron huellas de garras en la nieve y un colgante real sobre un risco. Dicen que, si miras al cielo justo antes del anochecer, verás dos siluetas bailando entre las nubes: una de una princesa y otra escupiendo fuego.

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